sábado, 10 de septiembre de 2011

Prólogo



Desde hacía poco tiempo, la familia Wellington vivía en un adosado a dos manzanas de la calle central de su ciudad natal a la que habían regresado tras una dura estancia en los países escandinavos. En la península Escandinava, tras acostumbrarte al helado invierno y al frío verano, se vivía bien. Tenían una casa de siete habitaciones con calefacción central, un jardín algo nevado donde los niños disfrutaban jugando con la nieve en los pocos días de sol y una relación familiar envidiada por muchos. Se podría decir que todo era perfecto.

Mamá, sigo sin entender por qué nos hemos mudado de allí… Farfulló Carl, el pequeño de los Wellington.

Esa era una pregunta que muchos de la familia se hacían, excepto Lena. Ella lo sabía muy bien, demasiado bien.

Todo por culpa de ella. Dijo señalando a su hermana con aire despectivo aun sabiendo que era de mala educación.

 Acto seguido Carl le sacó la lengua y Lena lo ignoró girando la cabeza hacia la ventanilla del coche a la vez que emitía un leve gruñido. Sí, era su culpa y ella lo admitía. No le importaba que le acusaran de algo que, según pensaba ella, les había salvado la vida. Algún día se lo agradecerían.


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